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Que Dios nos perdone. O mejor, que no mire.

Antonio de la Torre nos vuelve a sorprender, en esta ocasión de la mano de Roberto Álamo, en un thriller que sabe a Seven y a Psicosis.

Rodrigo Sorogoyen dirige esta cinta con una maestría inusitada, teniendo en cuenta que a sus espaldas, lo que más peso tiene con diferencia es Stockholm (2013).
Da la tremenda casualidad que la última entrada de cine en este humilde espacio dedicado a la música fue Tarde para la ira. También un thriller. También con Antonio de la Torre a la cabeza del elenco. También de 2016 y también nominada al Goya a la mejor película. Vaya, qué de casualidades. Pero sí, el tema es, como es habitual, que una película me llevó a la otra y después de ver Que Dios nos perdone, no podía pasar sin comentarla.


Que Dios nos perdone se desarrolla en un calurosísimo verano de 2011 en Madrid. ¿Te suena la fecha? Hacía escasos meses que había estallado el 15M y la visita del Papa con todos sus borregos ocupaba la capital. Madrid estaba febril, atiborrado y con dos realidades opuestas conviviendo en un mismo espacio tiempo. Un momento poco oportuno para que aparezca un asesino y violador de ancianas en pleno centro.

Antonio de la Torre y Roberto Álamo interpretan dos personalidades contrarias que forman un triangulo de lo más bizarro si tenemos en cuenta también la del asesino.
De una mano Alfaro (Roberto Álamo) es el típico policía chungo, violento, con malas pulgas y poco autocontrol. De hecho, la secuencia de presentación del personaje es una charla entre el comisario y Alfaro poniéndole al día sobre el estado de salud de otro de los agentes al que Alfaro ha dejado tuerto en una pelea. Agüita. Un policía suspicaz pero temperamental.
De la otra mano, Velarde (Antonio de la Torre). Hombre parco en palabras, como en Tarde para la ira. Observador, pulcro, silencioso y probablemente acomplejado por su tartamudez. Un cerebro silencioso.


Lo interesante viene con el contraste que tiene la personalidad de ambos personajes en su vida personal. Personajes llenos de complejidad magistralmente comprendidos por los actores que los encarnan. El temperamento volátil en el trabajo de Alfaro es todo lo contrario a su forma de relacionarse en su núcleo familiar. Un padre de familia tirando a permisivo, nada estricto…no es una figura de autoridad. Es frágil, así como demuestra la cinta según se desarrolla y el personaje a termino personal se va quebrando hasta que se parte.
Lo contrario que Velarde. Que prácticamente es una bestia sin control de sus impulsos en el terreno de lo personal. Los dos personajes tienen una parte humana y una parte salvaje, sencillamente son partes diferentes de sí mismos las que están domadas o fuera de control.

Un reflejo de esta dualidad son los espacios privados de los personajes. Cuando la película empieza piensas que el puto loco es Alfaro. Sin embargo su casa y su vida personal son de lo mas corriente. Con el personaje de Velarde pasa lo opuesto, piensas que es el centrado, el racional, al que hay que hacer caso. Sin embargo su casa es reflejo de su tensión interna y su rectitud artificial. Vamos, que parece la casa de Patrick Bateman en American Psycho.


No quiero enrollarme demasiado que últimamente se me va la pinza con la extensión de las críticas. Sorogoyen sorprende para bien y deja un regusto amargo que no se le reconociera la calidad de esta cinta en los Goya, especialmente cuando a nosotros nos sabe un poco a historias como Seven o a psicópatas como Norman Bates, que tanto nos gustan. Que Dios nos perdone, no somos Santos. Nadie lo es.

F.O.D. – Harvest

Violets – Maybe This